martes, 11 de diciembre de 2012

KUSADASI (TURQUIA)



Siempre que algún cliente me ha preguntado por la posibilidad de hacer un crucero, mi respuesta ha sido la misma: ¡Adelante!
Los cruceros son interesantes por muchos motivos; si nos centramos en los barcos propiamente dichos, la elección del crucero puede variar en función de la naviera que elijas ya que, en función de ésta, dependerá la majestuosidad del mismo o los servicios que te oferten a bordo. No obstante, la inmensa mayoría dispone, a día de hoy, de un amplio abanico de servicios orientados al ocio y al bienestar: pistas de baloncesto, minigolf, piscinas, jacuzzis, spas, teatros, restaurantes especializados, pistas de hielo, simuladores de Fórmula 1, bibliotecas, galerías comerciales, etc. etc. etc.
Si nos centramos en los itinerarios, los cruceros son una manera inmejorable de conocer una amplia zona de destinos interesantes, de una sola vez y en poco tiempo. Otro punto a favor es que no es necesario hacer y deshacer maletas continuamente, ya que llevas el hotel contigo durante todo el recorrido. También son interesantes los cruceros por la buena oferta gastronómica que te ofrecen… y así puedo seguir largo y tendido.
Como os decía en la presentación del blog, uno de los momentos más emotivos y bonitos que he vivido durante un viaje lo experimenté en un crucero. Se trató de un viaje un tanto peculiar porque era la primera vez en mi vida que viajaba completamente sola y, he de confesar, que estaba muy asustada, aunque al mismo tiempo súper necesitada de hacerlo.
Sentía que tenía qué pasar más tiempo conmigo misma, para tratar de encontrarme, para tratar de curarme de un momento depresivo por el que estaba atravesando. Fue como mi medicina particular.
Era un crucero por Turquía y Grecia, así que me presenté en la puerta de embarque del vuelo, después de hacer los trámites de facturación y algunas compras de última hora, y allí  me encontré todo lleno de gente aunque, mirase donde mirase, todo el mundo iba acompañado y tenían a alguien con quien hablar. Empecé a sentir algo de pánico, pero me daba ánimos a mi misma; pensaba "vamos chica, tú puedes, vas a ver Estambul, Atenas... solo por esto merece la pena", mientras miraba a las personas que tenía a mi alrededor.

Os puedo asegurar que tuve la tentación de salir corriendo de allí muchas veces, pero la ilusión de conocer lugares nuevos era mi fuerza en ese momento de bajón personal, el motor que tiraba de mí y también la necesidad de poner distancia con mi vida diaria y mi entorno, porque psicológicamente estaba agotada y poco o nada motivada. Me daba un poco de vértigo y, creedme si os digo que tuve que echarle mucho valor al asunto; pero lo hice y no pude haber hecho mejor elección, puesto que me sirvió de mucho. Ese viaje me aportó tantas cosas a mi vida... conocí gente fantástica, descubrí lugares maravillosos que eran pura historia en sí mismos, tales como la mezquita azul o Santa Sofía en Estambul, donde geográficamente aterricé en Europa y embarqué, dentro de la misma ciudad, en el barco ya en Asia. Curioso. También me aportó paz interior, e incluso pude permitirme un capricho que hoy en día es… ¡mi tesooorooo!, una joya de diseño que ocupa un lugar privilegiado dentro de mi ropero... pero esto merece mención aparte, jejeje!

El caso es que estaba en la sala de embarque cuando nos llamaron para salir; me levanté y me puse en la cola; ya no había marcha atrás. Me iba; y estaba muy nerviosa. Para entablar algo de conversación le pregunté al chico que tenía delante de mí si esa era la cola para el vuelo a Estambul; me contestó con un escueto “sí” y se giró… Bueno, lo había intentado al menos, me decía a mí misma. De pronto, un señor que estaba detrás mía comenzó a hablarme; era un hombre muy abierto y agradable. Me dijo que viajaba solo porque su hija tenía una agencia de viajes y, como él ya estaba jubilado, se aprovechaba de la situación, y siempre que había una oferta interesante la cogía... ¡Oh, Dios mío! Yo también viajo sola, le dije. En ese instante, el chico que iba delante mía y al que le había preguntado un momento antes, se giró y nos dijo que él también viajaba solo… ¡genial!
 
Desde ese mismo instante hicimos piña. Ambos se convirtieron en mi compañía personal durante todo el viaje. Me trataban como a una reina. Si quedábamos para ver el show nocturno del barco, cuando yo llegaba ya me tenían preparado mi sitio y "mi mojito" (es que otra cosa no, pero los mojitos era estupendos). Si me quería marchar, me iba sin tener que dar explicaciones. Nos respetábamos los momentos que cada uno quería estar a solas; en definitiva, lo mejor de lo mejor.

Una de las paradas que hicimos en ese crucero, fue en Kusadasi, Turquia: 





Se trata de una ciudad turca que tiene un puerto enooorme, con capacidad para muchísimos barcos. Muy cerquita del puerto, dando un paseo, se llega hasta una zona comercial bastante grande, llena de bazares donde comprar souvenirs por doquier y, por supuesto, un lugar donde poner en práctica tu habilidad para el regateo.

Ese día íbamos a visitar la antigua ciudad de Éfeso (ciudad romana bastante importante que albergaba el famoso templo de Diana -una de las 7 maravillas del mundo antiguo-) y la casa de la Virgen María….”¿la Virgen María?, ¿aquí?... qué raro”, pensé.

Por este motivo, madrugamos mucho y, debido a las prisas, creo que desayuné demasiado rápido, porque cuando ya partíamos rumbo a hacer las visitas, en el autobús, me entró un dolor de estómago bastante desagradable, dolor que se me fue olvidando -que no desapareciendo- gracias a la guía tan magnífica que llevábamos en el autocar. Nos ilustró con datos y curiosidades realmente interesantes sobre Turquía, su historia y costumbres. Me tenía absolutamente entregada a sus explicaciones.

Empezó a relatar cosas referentes a nuestra primera parada, que era la casa de la Virgen María y que os cuento a continuación:

Según la tradición, cuando Jesucristo fue ajusticiado, San Juan y la Virgen, al igual que todos los apóstoles, huyeron. Tras deambular por numerosos lugares, acabaron llegando y estableciéndose aquí, en Éfeso. Las pruebas, por lo visto, son que hay constancia histórica de que San Juan vivió y murió aquí, ya que se encontró su tumba en este lugar.

San Juan viajaba con la virgen María porque según su propio evangelio, Jesús en su agonía le entregó a su madre diciendo: “He aquí a tu madre”. Es por esto que San Juan se llevó con él a la Virgen María cumpliendo el mandato evangélico de Jesús.

La Virgen vivía en una pequeña casita situada en un monte a las afueras de la ciudad de Éfeso. Allí la dejó San Juan. Él, por su parte, se dedicó a predicar la palabra de Dios, a pesar del riesgo que ello conllevaba,  en las murallas de la ciudad. Predicaba desde fuera de las murallas porque Éfeso era ciudad romana y él, como proscrito, no podía entrar en la ciudad sin el consiguiente peligro a ser descubierto, aunque parece ser que san Juan entraba disfrazado en ella a menudo. 
 
La casa de la Virgen María está considerada como un lugar santo por la iglesia. Aquí ha venido varias veces el Papa Juan Pablo II de visita, ya que le tenía mucha devoción a este enclave.
 
Mientras nos íbamos acercando a la casa, la guía nos contaba que ellos, los turcos, ya sean cristianos o no, le tienen mucho respeto a este lugar, sobre todo después de lo que ocurrió en vísperas de la visita del Papa actual:

Estaba programada una visita del Papa, poco tiempo después de haber sido elegido como Sumo Pontífice, porque quería hacer una ofrenda, consistente en un rosario de oro y no sé qué más. Bueno, el caso es que, a algunos radicales, para tratar de sabotear esa visita, no se les ocurrió otra cosa que ¡prender fuego al monte!... Las gentes del lugar, al ver cómo las llamas devoraban todo a una velocidad de vértigo empujadas por el viento tan fuerte que soplaba, se quedaron absolutamente desoladas y contemplaban impotentes cómo el fuego se acercaba a la casa sin remisión. Era una auténtica desgracia, por todo lo que significaba para ellos tanto a nivel histórico como a nivel emocional y religioso. Miles de personas contemplaban el dantesco espectáculo con lágrimas en los ojos cuando, de pronto, el fuego que estaba ya en los límites de los muros cambió de dirección y continuó en otro sentido… Se quemó el monte entero, excepto aquella pequeña casa.

Hoy en día aún se puede ver el rastro de hasta donde llegó el fuego y os puedo asegurar que fue cuestión de metros que las llamas no hubieran quemado aquel santo lugar. Para ellos, para los turcos creyentes, se trató de un milagro.


Cuando llegamos allí y puse un pie en el suelo noté, sentí algo especial, particular... Me dirigí a la casa, muy chiquita, que en realidad es una capilla construida sobre los cimientos de la casa original donde vivió la Virgen y, al entrar, sencillamente lloré; no sé por qué, pero fue así. Era una sensación de paz, de serenidad, de humildad, de amor que había en el ambiente tan grande que se apoderó de mí, sin remisión... Fue espectacular. Encendí una vela y me fui de allí con una paz de espíritu bestial.

Quedé fascinada por las sensaciones que aquel lugar me aportaba, pero aún así seguía con dolor de estómago, hasta que bebí del manantial que hay junto a la casa. Beber aquella agua y quitárseme el dolor fue todo uno, os lo aseguro.

La gente llevaba botellas que llenaban a pares; había unas colas tremendas. Decían que esa agua tenía poderes curativos. Yo no lo creía, me parecía más una cuestión de marketing, igual que la tienda que tenían allí montada en la que creo que si no vendían cientos de rosarios al día, no vendían ninguno. La fuente por donde emanaba el manantial tenía tres caños y, según la tradición, había que beber de los tres, si no, no era lo mismo. Como íbamos todos en fila y siguiendo un itinerario, pues yo también lo hice y al beber y notar que el dolor me desaparecía, tuve que, al menos concederle el beneficio de la duda ante esos poderes curativos que decían tener esas aguas... No lo sé, me quedo con que a mí me ayudó y punto. No quiero pensar nada más. Así que, de esa visita a ese lugar, sólo puedo decir cosas buenas y tener recuerdos muy bonitos y agradables por lo que me hizo sentir, por lo que me removió por dentro.

Esta es la casa...bueno en realidad capilla, muy pequeñita, ¿verdad?


Después de aquello, continuamos rumbo a la antigua ciudad de Éfeso. La verdad es que es enorme; se pueden distinguir avenidas, lugares públicos… incluso señales de dirección que esculpían en la piedra, todavía patentes, increíble... PERO… el teatro… ¡Ay! El teatro, sí, muy grande el graderío y todo lo que tú quieras, pero no tenía nada más.... Ni punto de comparación con el de Mérida, con el teatro romano de mi tierra, y así se lo hice saber a la guía, que me lo reconoció... ¿Dónde está el escenario, dónde está "la orchestra", donde están los "vomitorios" por donde la gente accedía al graderío?,  ¿dónde?...jajaja. Se lo dije un poco en plan simpático y de fardeo, pero era la verdad. Lo único que quedaba del teatro romano era una inmensa colina donde iban situadas las gradas para los espectadores, pero nada más; todo los demás había desaparecido. Aun así, las ruinas de esta antigua ciudad son maravillosas.




Terminada la visita de Éfeso y cuando ya creía que nos volvíamos al barco, nos paramos en una fábrica de cuero y aquí viene lo de “¡¡¡¡Mi tesooorooo!!!!”

Y es que claro, como no, está todo muy pensado para que los turistas se dejen la mayor cantidad de dinero posible en sus visitas relámpago a los lugares donde paran los cruceros. Saben como amortizarlo, cosa que me parece muy bien, por otra parte.

La cosa fue así: nos bajamos del autobús y nos recibieron con un té de manzana frío (muy típico de Turquía; no se trata de hierbas, sino de polvo azucarado, y está bastante bueno. Así que si vais a Turquía, no olvidéis traeros té de manzana) y algo para picar. Acto seguido, nos llevan a una sala donde nos sentaron alrededor de una pasarela de donde comenzaron a salir chicos desfilando con prendas de cuero.

Los chicos, imitando el look del actor turco de la peli "la pasión turca", eran iguales, todos muy monos. Al final del desfile salieron las chicas con unas "chupas" deportivas que eran preciosas. “Tienen que costar una pasta”, pensé, pues esas cazadoras salen de allí, de la fábrica, con destino a las tiendas oficiales de la marca en cuestión. No en vano, Turquía tiene fama de tener y de hacer los mejores cueros del mundo y el lugar donde estábamos era un sitio serio; se veía que era cuero del bueno, no plástico como te encuentras en la mayoría de los bazares de las zonas turísticas turcas.

Después del desfile, nos hicieron pasar a la tienda. Mientras entrábamos, recuerdo que hablaba con uno de los chicos, que no pensábamos comprar nada y que nos queríamos ir ya de allí....sííí… ¡ya!.... Empezamos a dar vueltas por allí y observé cómo un dependiente de la tienda empezaba a regalarle el oído a mi compañero de viaje. Miré hacia otro lado y, cuando volví a mirarle de nuevo, ya se estaba probando una chaqueta... ¡jajaja! Me moría de la risa y pensaba “no, no; yo no voy a caer, no me van a camelar; además no llevo dinero”; así que me relajé y me puse a buscar a ver si encontraba las chaquetas deportivas para ver qué precio tenían, por curiosidad.
Estando en esos menesteres, se me acercó un chico; me cogió por el brazo y me dijo, en inglés, porque "ni papas" de español por allí,  que le acompañase, que él sabía lo que yo buscaba. Me dejé llevar mientras le iba diciendo que no tenía intención de comprar nada... ¡Yes, yes! me contestaba.

Llegamos a nuestro destino y me paró justo delante de las chaquetas deportivas, de marca, que iba buscando... Pero ¡cómo! cómo ha sabido que era eso justamente lo que buscaba y lo que me gustaba? flipaba de verdad.

¡Qué preciosidad de chaquetas y la de Ferrari!... ¡puf! Me enamoré de aquella prenda exquisita. Estaban muy bien hechas, muy bien rematadas y forradas; el olor a cuero era bestial. Miré el precio; estaba valorada en ¡700 euros! Imposible para mí, por supuesto. El chico empezó a insistir en que me la probara… Eran muy pesados, la verdad. Me la probé; maravillosa, espectacular, pensé, pero no tenía dinero, así que "no deal", le dije. Me marchaba ya cuando me preguntó cuánto quería pagar por ella; le volví a decir qué no, ¡How much!....¡Jesús, qué pesao! 200 euros le digo… Es tuya, me dijo; pero ¡si no llevo dinero! No problem. El tipo me acompañó en el autobús con un tpv portátil para cobrar con tarjeta. Al llegar al puerto, me fui a buscar la tarjeta, le pagué y me quedé con la chaqueta. Mi compañero, que al final también acabó comprándose otra, y yo, nos miramos diciendo,  “¿Qué ha pasao?... ¡No sé, no sé!.. ¡Si yo no quería comprar nada!... ni yo tampoco! ¡jajajaja! Estuvimos durante un rato con un cargo de conciencia terrible; pero al
llegar al camarote y observar esa chaqueta, tan bonita y tan bien hecha como estaba, se me pasó.                

Fue como una señal, ya que unos meses después me compré una moto, que curiosamente era roja, como una parte de la chaqueta. Así que mientras hacía buen tiempo, salía con mi moto y mi chupa de Ferrari y estaba vamos, "la mar de mona"....

Hoy en día ya no tengo moto, pero sigo teniendo la chaqueta porque como ya os dije es “mi tesooorooo”…